
Un recorrido
caprichoso por algunas películas de Pablo Trapero nos invita a reflexionar
sobre la compleja y contradictoria relación entre la realidad y la ficción, el
cambio y la resistencia. A medio camino entre el ensayo y el diario de
impresiones, el artículo se propone seguir apostando por las narrativas que se
oponen a la dominación. Aunque los poderosos intenten convencernos de lo
contrario, todavía hay mucho por escribir y decir.
Argentina, 1999. Un joven director se abre paso con su ópera prima y da que
hablar. La propuesta es clásica y novedosa. Por un lado, estamos hablando de
una película filmada en blanco y negro y con bajo presupuesto. Un gesto
caprichoso y romántico, podríamos decir. Era, realmente, cumplir el sueño del
pibe: filmar con dos mangos y llamar la atención del público. Pero por el otro,
estamos hablando de una película con un fuerte guiño al cine social de nuestro
país de los años sesenta-setenta. Estamos hablando de una película que narra,
descarnadamente, lo que sucede afuera de la sala, donde las butacas y el proyector
no tienen injerencia.
-La película se llama Mundo grúa – contestaba por entonces Pablo Trapero – porque el título suena a cuelgue, y el Rulo está como medio colgado en el mundo.
Subrayemos, entonces, la palabra “mundo”. O mejor dicho, la “metáfora” mundo. Estamos ante una mirada microscópica de la realidad, tan poblada de realidades. Estamos hablando del estudio de un microclima social. En este caso, el director elige narrar la historia de un tipo que labura manejando grúas. Un obrero de la construcción, para ser más precisos. Un laburante cuya fragilidad, no está dada solamente por estar colgado en lo alto; sino también, por no saber si logrará mantener su empleo.
-La película se llama Mundo grúa – contestaba por entonces Pablo Trapero – porque el título suena a cuelgue, y el Rulo está como medio colgado en el mundo.
Subrayemos, entonces, la palabra “mundo”. O mejor dicho, la “metáfora” mundo. Estamos ante una mirada microscópica de la realidad, tan poblada de realidades. Estamos hablando del estudio de un microclima social. En este caso, el director elige narrar la historia de un tipo que labura manejando grúas. Un obrero de la construcción, para ser más precisos. Un laburante cuya fragilidad, no está dada solamente por estar colgado en lo alto; sino también, por no saber si logrará mantener su empleo.
Y aquí, observamos un gesto estético-político. Vale recordar que estamos a
fines de los años noventa. La desocupación crecía lentamente, hasta llegar a
niveles récord para principios del siglo XXI. Estamos en un contexto de
precarización laboral, de terciarización de la economía.
-Hay algo que en el cine no suele aparecer –subraya Trapero– [y es] el cariño y la dedicación con que la gente de laburo hace su trabajo. Hay una visión de clase media que me parece equivocada, que desvaloriza esa clase de trabajo, para glorificar el trabajo intelectual o el artístico. Traté de borrar la cámara, que nunca se notara su presencia.
En un contexto en el cual los derechos laborales son brutalmente pisoteados, Trapero decide retratar la vida de un trabajador cualquiera. Su cámara no busca el golpe de efecto, el amarillismo. Su cámara pone foco en la dignidad de los nadies.
-El Rulo no es un pobre tipo –comenta- es un tipo que necesita trabajo y lo busca. Le irá mejor o peor, pero no es alguien digno de lástima. Al fin y al cabo, hay mucha gente como él. Tampoco quería convertirlo en un representante de nada, un número en una estadística. Es un tipo llamado El Rulo, y le pasa lo que le pasa.
Y entonces, recuerdo las palabras de un artista argentino con una, tal vez, una visión antagónica a la de Trapero. Palabras que, sin embargo, suscriben al imaginario propuesto por este director. “El arte es transmisión de vida”, reflexionaba Federico Peralta Ramos. “El arte es hacerse cargo del dolor y la alegría de una época”.
Hacerse cargo, subrayo, de que un artista no vive en una burbuja.
-Hay algo que en el cine no suele aparecer –subraya Trapero– [y es] el cariño y la dedicación con que la gente de laburo hace su trabajo. Hay una visión de clase media que me parece equivocada, que desvaloriza esa clase de trabajo, para glorificar el trabajo intelectual o el artístico. Traté de borrar la cámara, que nunca se notara su presencia.
En un contexto en el cual los derechos laborales son brutalmente pisoteados, Trapero decide retratar la vida de un trabajador cualquiera. Su cámara no busca el golpe de efecto, el amarillismo. Su cámara pone foco en la dignidad de los nadies.
-El Rulo no es un pobre tipo –comenta- es un tipo que necesita trabajo y lo busca. Le irá mejor o peor, pero no es alguien digno de lástima. Al fin y al cabo, hay mucha gente como él. Tampoco quería convertirlo en un representante de nada, un número en una estadística. Es un tipo llamado El Rulo, y le pasa lo que le pasa.
Y entonces, recuerdo las palabras de un artista argentino con una, tal vez, una visión antagónica a la de Trapero. Palabras que, sin embargo, suscriben al imaginario propuesto por este director. “El arte es transmisión de vida”, reflexionaba Federico Peralta Ramos. “El arte es hacerse cargo del dolor y la alegría de una época”.
Hacerse cargo, subrayo, de que un artista no vive en una burbuja.
***
Los últimos años del siglo XX fueron
para, la provincia de Buenos Aires, años de mucha agitación política. La
gobernación de Eduardo Duhalde no se caracterizó por ser muy transparente. Los
casos de corrupción estallaban por doquier. Narcotráfico, lavado, prostitución,
entre otras minucias... Por aquellos años, también, un periodista es asesinado
tras fotografiar a un empresario ligado a casos de corrupción. Para el
gobernador, la “Maldita Policía” se encontraba entre las mejores del mundo. El
clima estaba espeso.
Fue entonces cuando, en 1997, dos periodistas deciden publicar una monumental investigación sobre la Policía de la Provincia de Buenos Aires. El libro, escrito a cuatro manos entre Carlos Dutil y Ricardo Ragendorfer, tuvo una importante repercusión mediática. El libro se llamó: La bonaerense. Sin lugar a dudas, un hito del periodismo de investigación de nuestro país.
Un par de años después, en plena crisis política post 2001, Pablo Trapero ataca de nuevo. “La bonaerense”, fue su nuevo objeto de estudio. En este caso, el conocimiento que el autor tiene del conurbano fue vital.
-¿Y El bonaerense, cómo surgió?
–Yo soy de la misma zona que muestro en la película, esa línea del oeste que va de San Justo a La Matanza y de Laferrere a Isidro Casanova, al borde de la Ruta 3. […] Cuando empecé a estudiar en la FUC cruzaba todos los días la General Paz, y me planteé qué cosas traía aparejadas ese cruce de provincia a Capital, de la periferia al centro. Así que empecé a bosquejar la historia de un tipo que hacía ese mismo trayecto.
Parte del trabajo de campo, estaba hecho. Lo que hacía falta, era encontrar el enfoque adecuado.
-Lo que yo me preguntaba –decía Trapero por aquel entonces- es qué es lo que lleva a un tipo a decir un día: “Voy a ser policía”.
Fue entonces cuando, en 1997, dos periodistas deciden publicar una monumental investigación sobre la Policía de la Provincia de Buenos Aires. El libro, escrito a cuatro manos entre Carlos Dutil y Ricardo Ragendorfer, tuvo una importante repercusión mediática. El libro se llamó: La bonaerense. Sin lugar a dudas, un hito del periodismo de investigación de nuestro país.
Un par de años después, en plena crisis política post 2001, Pablo Trapero ataca de nuevo. “La bonaerense”, fue su nuevo objeto de estudio. En este caso, el conocimiento que el autor tiene del conurbano fue vital.
-¿Y El bonaerense, cómo surgió?
–Yo soy de la misma zona que muestro en la película, esa línea del oeste que va de San Justo a La Matanza y de Laferrere a Isidro Casanova, al borde de la Ruta 3. […] Cuando empecé a estudiar en la FUC cruzaba todos los días la General Paz, y me planteé qué cosas traía aparejadas ese cruce de provincia a Capital, de la periferia al centro. Así que empecé a bosquejar la historia de un tipo que hacía ese mismo trayecto.
Parte del trabajo de campo, estaba hecho. Lo que hacía falta, era encontrar el enfoque adecuado.
-Lo que yo me preguntaba –decía Trapero por aquel entonces- es qué es lo que lleva a un tipo a decir un día: “Voy a ser policía”.
La trama oscila entre lo que es y lo que puede suceder. El Bonaerense es una historia que se repite todo el tiempo. Año
tras año, miles de civiles en todo el país deciden ingresar a la policía. Ahí
tenemos un misterio que, los que aborrecemos las distintas formas de violencia
institucional, hay que desentrañar. La pregunta, de rigor, es cómo contar lo
que sucede, como desenmarañar este submundo que es la cultura policial. El desafío,
en este caso, es observar eso que (tal vez) muchos ven, pero no pueden
ver.
–Leí todos los libros que pude –comenta el directo – me asesoré con Ricardo Ragendorfer […], me puse [en contacto] con policías retirados como Luis Decats […] e hice una especie de “trabajo de campo” no muy sistemático, consistente en pasarme horas enfrente de una comisaría o de una garita y en hablar con policías con cualquier excusa. Iba y hacía una denuncia de robo o extravío, me acercaba y le pedía fuego o la hora a un agente de guardia, y después le sacaba conversación para que me contara cosas.
Estamos en presencia, entonces, de un método. A la manera de los antropólogos sociales, Trapero hace observación participante. Su aguda mirada busca los matices que los idealistas y maniqueos no pueden. Pero lo suyo no busca la mimesis, la copia. Trapero deja bien en claro le interesa el documentalismo.
-No soy un fundamentalista del detalle realista –explica– no pretendo que la película sea un calco de la realidad. Sólo uso el realismo como plataforma de despegue. Una vez que tengo los datos que necesito, me pongo a trabajar en el guión.
La realidad, entonces, se transforma en la materia prima del relato. Y por un momento, esa realidad que Rodolfo Walsh planteaba que era casi imposible de contar, utilizando como recurso a la ficción, se puede contar.
- No creo en el cine de denuncia. [...] A mí lo que me interesa de la realidad no es copiarla, ni siquiera ser demasiado fiel a ella. […] Lo que me atrae de la realidad es la posibilidad que brinda de descubrir algo que no conoces, mundos que te son ajenos. Sólo en ese sentido podría calificar lo que hago de realismo. Lo que me mueve a hacer una película no es decir algo, bajar línea o dar-mi-opinión-sobre-lo-que-está-pasando, sino cosas con las que me cruzo en mi vida cotidiana y me llaman la atención. Me gusta descubrir mundos que, si no fuera por el cine, vería de manera más distante. Enfrentarte con eso y confrontarlo con tu realidad. El filme es un viaje personal y es ficción, no es periodístico. Antes que la denuncia está el cine, no creo que sea necesario ser explícito. Las denuncias se hacen en los juzgados, las películas sirven para provocar debates. Si lo que pasa conmueve a los espectadores y los hacen cambiar, accionar, mejor.
–Leí todos los libros que pude –comenta el directo – me asesoré con Ricardo Ragendorfer […], me puse [en contacto] con policías retirados como Luis Decats […] e hice una especie de “trabajo de campo” no muy sistemático, consistente en pasarme horas enfrente de una comisaría o de una garita y en hablar con policías con cualquier excusa. Iba y hacía una denuncia de robo o extravío, me acercaba y le pedía fuego o la hora a un agente de guardia, y después le sacaba conversación para que me contara cosas.
Estamos en presencia, entonces, de un método. A la manera de los antropólogos sociales, Trapero hace observación participante. Su aguda mirada busca los matices que los idealistas y maniqueos no pueden. Pero lo suyo no busca la mimesis, la copia. Trapero deja bien en claro le interesa el documentalismo.
-No soy un fundamentalista del detalle realista –explica– no pretendo que la película sea un calco de la realidad. Sólo uso el realismo como plataforma de despegue. Una vez que tengo los datos que necesito, me pongo a trabajar en el guión.
La realidad, entonces, se transforma en la materia prima del relato. Y por un momento, esa realidad que Rodolfo Walsh planteaba que era casi imposible de contar, utilizando como recurso a la ficción, se puede contar.
- No creo en el cine de denuncia. [...] A mí lo que me interesa de la realidad no es copiarla, ni siquiera ser demasiado fiel a ella. […] Lo que me atrae de la realidad es la posibilidad que brinda de descubrir algo que no conoces, mundos que te son ajenos. Sólo en ese sentido podría calificar lo que hago de realismo. Lo que me mueve a hacer una película no es decir algo, bajar línea o dar-mi-opinión-sobre-lo-que-está-pasando, sino cosas con las que me cruzo en mi vida cotidiana y me llaman la atención. Me gusta descubrir mundos que, si no fuera por el cine, vería de manera más distante. Enfrentarte con eso y confrontarlo con tu realidad. El filme es un viaje personal y es ficción, no es periodístico. Antes que la denuncia está el cine, no creo que sea necesario ser explícito. Las denuncias se hacen en los juzgados, las películas sirven para provocar debates. Si lo que pasa conmueve a los espectadores y los hacen cambiar, accionar, mejor.
***
Casi una década después del estreno de su ópera prima, Pablo Trapero vuelve a
la carga. Su objeto de estudio, esta vez, es más complejo. Se trata de una
realidad que se multiplica silenciosamente por todo el país y que tiene como
protagonistas a las mujeres que son madres en contexto de encierro. El trabajo
de campo, en esta ocasión, se trazó en sintonía con una serie de películas
emblemáticas del género.
–Vi todo lo que tuve a mi alcance –dice Trapero–. Alcatraz, The Shawshank Redemption, lo que se te ocurra. Y las argentinas: vi Atrapadas (la de Aníbal di Salvo, de 1984, con Camila Perissé), Deshonra (1952, de Tinayre con Tita Merello). Y creo que todas las claves del género están en Leonera; no en primer plano, pero están. Con casi todas mis películas hice un ejercicio parecido. […] El bonaerense tiene la tradición del policial argentino; o las películas super dramáticas de los ‘80 que de algún modo están en Nacido y criado. Me gusta esta idea de dialogar con algún tipo de cine que se haya hecho en Argentina a lo largo de la historia. Por ahí lo hago desarmando y reconstruyendo, repensando lo que ya se hizo desde otro punto de vista. (10)
Pero si en Mundo Grúa y El Bonaerense, Trapero se dedicaba a desentrañar lo que le sucedía a tipos solitarios apunto de caerse del todo, en Leonera la trama girará sobre una problemática más difícil. Martina Gusmán, productora y pareja del director, sería la encargada de interpretar el rol protagónico. Y con esta decisión, Trapero gana en registro y en voces.
–Vi todo lo que tuve a mi alcance –dice Trapero–. Alcatraz, The Shawshank Redemption, lo que se te ocurra. Y las argentinas: vi Atrapadas (la de Aníbal di Salvo, de 1984, con Camila Perissé), Deshonra (1952, de Tinayre con Tita Merello). Y creo que todas las claves del género están en Leonera; no en primer plano, pero están. Con casi todas mis películas hice un ejercicio parecido. […] El bonaerense tiene la tradición del policial argentino; o las películas super dramáticas de los ‘80 que de algún modo están en Nacido y criado. Me gusta esta idea de dialogar con algún tipo de cine que se haya hecho en Argentina a lo largo de la historia. Por ahí lo hago desarmando y reconstruyendo, repensando lo que ya se hizo desde otro punto de vista. (10)
Pero si en Mundo Grúa y El Bonaerense, Trapero se dedicaba a desentrañar lo que le sucedía a tipos solitarios apunto de caerse del todo, en Leonera la trama girará sobre una problemática más difícil. Martina Gusmán, productora y pareja del director, sería la encargada de interpretar el rol protagónico. Y con esta decisión, Trapero gana en registro y en voces.
Primero, porque abandona abruptamente escenarios en los que predominan los
personajes varoniles. Segundo, porque lo que rastrea es una historia de amor
que se escribe con una mucha sutileza, pero en un contexto extremos en los que
la violencia manda. En tercer lugar, porque lo que se cuenta es esa experiencia
tan visceral, como lo es la maternidad. El desafío, entonces, es triple.
(Re)educar un mirada, tan machista y clase mediera, como la que tiene del cine
argentino.
Martina Gusmán en todo esto es, a mi criterio, importantísima. No sólo su interpretación como actriz es brillante, sino que además cumplió funciones como productora. Vale recordar, también, que también es pareja de Trapero y madre. Tensionada por sus múltiples roles, pareciera que el cansancio se deja traslucir en su mirada.
Preparado el escenario, la fiereza, que el título de la película muy bien refleja, tiene sentido de ser. Violencia, encierro, sexo, dolor, amor filiar. Leonera es una película sobre cómo el sistema normaliza los cuerpos. Pero también, como en los contextos más difíciles, la resistencia es la precondición para que la vida persista.
Martina Gusmán en todo esto es, a mi criterio, importantísima. No sólo su interpretación como actriz es brillante, sino que además cumplió funciones como productora. Vale recordar, también, que también es pareja de Trapero y madre. Tensionada por sus múltiples roles, pareciera que el cansancio se deja traslucir en su mirada.
Preparado el escenario, la fiereza, que el título de la película muy bien refleja, tiene sentido de ser. Violencia, encierro, sexo, dolor, amor filiar. Leonera es una película sobre cómo el sistema normaliza los cuerpos. Pero también, como en los contextos más difíciles, la resistencia es la precondición para que la vida persista.
***
Corre el año 2010. Trapero ya tiene 39
años y cuenta con un bagaje importante en su profesión. El desafío, en este
momento, es no repetirse, no caer en lugares comunes. Y es en este momento, en
el que decide jugársela y dar un paso adelante. Hasta ese momento, sus
películas recogían muy buenas críticas de la prensa especializada, pero le
faltaba todavía un plus: el reconocimiento de un público más amplio.
Un título corto y llamativo, fue publicitado como la nueva película del director. Ricardo Darín, un verdadero peso pesado de la industria, y Martina Gusmán serían los encargados de llevar la trama a la pantalla. "¿Qué es un carancho?", se preguntaba por entonces el periodista Mariano Kairuz. "Un carancho es un ave carroñera del continente americano, y ahora, a partir de la sexta película de Pablo Trapero, también es la manera en que podremos llamar a esos abogados que se especializan en presentarse en los accidentes de tránsito, en el momento justo, para ofrecerles sus servicios a las víctimas". Sutileza y victoria solapada para el director: imponer un concepto en el lenguaje popular. El resultado: un thriller policial, récord de miles de espectadores.
Y aquí, vale la pena separar responsabilidades. En primer lugar, la participación de Darín fue vital para dar ese salto. Es un actor que, por su larga trayectoria, arrastra su propia audiencia. Esto, sumado a una propuesta interesante, llevó a Carancho a lo más puestos más altos del ranking. Igual, conviene aclarar una cosa. Ricardo Darín se especializa en abordar personajes urbanos, con una moral dudosa, con cierta viveza criolla en su accionar. Y el papel del "carancho", este abogado especialista en accidentes de tránsito, le queda como un guante.
En segundo lugar, Martina Gusmán nuevamente realiza un trabajo excepcional. En esta ocasión interpreta a una joven médica de guardia, que en el transcurso de la película se enamorará del personaje de Darín. Y el resultado obtenido por su interpretación, mucho tiene que ver con el trabajo de campo realizado por la actriz. No deja de llamarme a atención esa fortaleza cansada que Gusmán consigue transmitir. Según lo que ella misma comentó se dedicó a estudiar su personajes pasando largas horas en los hospitales, acompañando a los profesionales de la salud.
Pero lo subyace, detrás de esta película, es la capacidad de Trapero para relatar lo que se encuentra en la periferia. Digamos: una periferia que no se limita a lo geográfico, sino a esa dualidad que impone lo legal/ilegal, lo moral/inmoral, etc. El suyo es un relato de bordes y escala de grises. En los matices, nos sugiere el director, la vida se muestra con mayor intensidad.
Un título corto y llamativo, fue publicitado como la nueva película del director. Ricardo Darín, un verdadero peso pesado de la industria, y Martina Gusmán serían los encargados de llevar la trama a la pantalla. "¿Qué es un carancho?", se preguntaba por entonces el periodista Mariano Kairuz. "Un carancho es un ave carroñera del continente americano, y ahora, a partir de la sexta película de Pablo Trapero, también es la manera en que podremos llamar a esos abogados que se especializan en presentarse en los accidentes de tránsito, en el momento justo, para ofrecerles sus servicios a las víctimas". Sutileza y victoria solapada para el director: imponer un concepto en el lenguaje popular. El resultado: un thriller policial, récord de miles de espectadores.
Y aquí, vale la pena separar responsabilidades. En primer lugar, la participación de Darín fue vital para dar ese salto. Es un actor que, por su larga trayectoria, arrastra su propia audiencia. Esto, sumado a una propuesta interesante, llevó a Carancho a lo más puestos más altos del ranking. Igual, conviene aclarar una cosa. Ricardo Darín se especializa en abordar personajes urbanos, con una moral dudosa, con cierta viveza criolla en su accionar. Y el papel del "carancho", este abogado especialista en accidentes de tránsito, le queda como un guante.
En segundo lugar, Martina Gusmán nuevamente realiza un trabajo excepcional. En esta ocasión interpreta a una joven médica de guardia, que en el transcurso de la película se enamorará del personaje de Darín. Y el resultado obtenido por su interpretación, mucho tiene que ver con el trabajo de campo realizado por la actriz. No deja de llamarme a atención esa fortaleza cansada que Gusmán consigue transmitir. Según lo que ella misma comentó se dedicó a estudiar su personajes pasando largas horas en los hospitales, acompañando a los profesionales de la salud.
Pero lo subyace, detrás de esta película, es la capacidad de Trapero para relatar lo que se encuentra en la periferia. Digamos: una periferia que no se limita a lo geográfico, sino a esa dualidad que impone lo legal/ilegal, lo moral/inmoral, etc. El suyo es un relato de bordes y escala de grises. En los matices, nos sugiere el director, la vida se muestra con mayor intensidad.
Y la ficción, lejos de volverse pantanosa, recupera con vigor toda su
humanidad.
***
Justo un año antes que Jorge Bergoglio
fuera elegido como el nuevo papa Francisco, Pablo Trapero eligió trazar dos
ejes para contar una historia. Por un lado, nuevamente dio rienda suelta a su
capacidad de estudiar un submundo, en este caso el de las villas miserias. Pero
el eje cartesiano, con el que trazaría sus coordenadas, sería lo religioso.
-Me interesaba contar la historia de personas que entienden la religión de una manera diferente a la tradicional. Lo humano, antes que lo religioso. En ese sentido son personajes opuestos a los de Carancho: ellos vivían de la desgracia ajena, éstos la combaten.
La elección sorprendió a varios desprevenidos. El guiño al rol militante que cumplió una parte de la Iglesia, durante los sesenta y setenta, era evidente. Nuevamente Darín, a cargo del protagónico, es el que le pone piel y voz a un personaje que nos recuerda mucho al padre Carlos Múgica.
La pregunta obligada fue: ¿Cómo surgió Elefante Blanco?
-Yo fui a una escuela salesiana y de chico iba a trabajar a estos barrios. Después la parte mía de la religión quedó en la escuela y la otra parte que hace trabajo social fue por otro lado. Esos barrios, en esa época -década del 70 estoy hablando- eran distintos de los de ahora. La realidad y los problemas eran otros. Pero allí conocí a los curas tercermundistas, como se los llamaba entonces, que luego devinieron en los curas villeros. Es un tema sobre el que siempre tuve ganas de volver.
Uno puede preguntarse: ¿hay, acaso, uno institución más cargada de contradicciones que la Iglesia Católica?
Difícil.
La cuestión, entonces, es despojarse de todo prejuicio y hacer foco.
-Me interesaba contar la historia de personas que entienden la religión de una manera diferente a la tradicional. Lo humano, antes que lo religioso. En ese sentido son personajes opuestos a los de Carancho: ellos vivían de la desgracia ajena, éstos la combaten.
La elección sorprendió a varios desprevenidos. El guiño al rol militante que cumplió una parte de la Iglesia, durante los sesenta y setenta, era evidente. Nuevamente Darín, a cargo del protagónico, es el que le pone piel y voz a un personaje que nos recuerda mucho al padre Carlos Múgica.
La pregunta obligada fue: ¿Cómo surgió Elefante Blanco?
-Yo fui a una escuela salesiana y de chico iba a trabajar a estos barrios. Después la parte mía de la religión quedó en la escuela y la otra parte que hace trabajo social fue por otro lado. Esos barrios, en esa época -década del 70 estoy hablando- eran distintos de los de ahora. La realidad y los problemas eran otros. Pero allí conocí a los curas tercermundistas, como se los llamaba entonces, que luego devinieron en los curas villeros. Es un tema sobre el que siempre tuve ganas de volver.
Uno puede preguntarse: ¿hay, acaso, uno institución más cargada de contradicciones que la Iglesia Católica?
Difícil.
La cuestión, entonces, es despojarse de todo prejuicio y hacer foco.
Se trata, pues, de buscar las aristas luminosas (incluso) de aquello que se
cuestiona.
Se trata, pues, de tomar las contradicciones que algunas situaciones, para explorar (y explotar) sus contradicciones, para luego poderlas (podernos) pensar.
Y dejarse sorprender.
Se trata, pues, de tomar las contradicciones que algunas situaciones, para explorar (y explotar) sus contradicciones, para luego poderlas (podernos) pensar.
Y dejarse sorprender.
***
2015. Estamos en las postrimerías del
segundo gobierno Cristina Fernández de Kirchner. Estamos ingresando en la recta
final que depositará a Mauricio Macri en el sillón de Rivadavia.
Es entonces cuando Trapero concede una entrevista a la Revista Apertura, una revista más ligada al mundo empresarial. El motivo: el reciente estreno de El Clan, su película sobre Arquímedes Puccio.
Entre el batallón de preguntas, una llama poderosamente la atención.
-¿Qué piensa del reciente boom de películas de tono politizado, e incluso partidario?
-Justamente, haría una diferencia. Muchas veces me han preguntado si me molesta que digan que hago cine político. Y a mí me parece que es una pregunta que la historia del cine la responde sola: el cine es político por definición. Incluso cuando una película pretende no decir nada, está dando una visión del mundo. Entonces, la pretensión de que una película sea apolítica habla de una manera de ver el mundo. El cine es un hecho político: está en la calle, cuenta una historia, la gente la ve. No puede cambiar las cosas, pero puede provocar cambios.
Basta con investigar un poco sobre el tema y la red nos trae algunas respuestas.
"Tras Leonera, se aprobó la prisión domiciliaria para madres; Carancho motivó la sanción de un proyecto de ley que protege a las víctimas de accidentes de tránsito de los abogados carroñeros; y Elefante blanco inspiró el Plan Nacional de Abordaje Integral, de asistencia a barrios, parajes y pueblos carecientes)".
Basta con investigar un poco sobre el tema, para darse cuenta que lo que se muestra en la pantalla, excede lo que se cuenta.
Es entonces cuando Trapero concede una entrevista a la Revista Apertura, una revista más ligada al mundo empresarial. El motivo: el reciente estreno de El Clan, su película sobre Arquímedes Puccio.
Entre el batallón de preguntas, una llama poderosamente la atención.
-¿Qué piensa del reciente boom de películas de tono politizado, e incluso partidario?
-Justamente, haría una diferencia. Muchas veces me han preguntado si me molesta que digan que hago cine político. Y a mí me parece que es una pregunta que la historia del cine la responde sola: el cine es político por definición. Incluso cuando una película pretende no decir nada, está dando una visión del mundo. Entonces, la pretensión de que una película sea apolítica habla de una manera de ver el mundo. El cine es un hecho político: está en la calle, cuenta una historia, la gente la ve. No puede cambiar las cosas, pero puede provocar cambios.
Basta con investigar un poco sobre el tema y la red nos trae algunas respuestas.
"Tras Leonera, se aprobó la prisión domiciliaria para madres; Carancho motivó la sanción de un proyecto de ley que protege a las víctimas de accidentes de tránsito de los abogados carroñeros; y Elefante blanco inspiró el Plan Nacional de Abordaje Integral, de asistencia a barrios, parajes y pueblos carecientes)".
Basta con investigar un poco sobre el tema, para darse cuenta que lo que se muestra en la pantalla, excede lo que se cuenta.
***
Rodolfo Walsh solía decir que la realidad
no solo era apasionante, sino que además era casi incontable.
¿Qué es el principio de primacía de la realidad? Para el Derecho laboral, es un criterio protector que significa que, en caso de discordancia entre lo que ocurre en la práctica y lo que surge de los documentos o acuerdos, siempre debe darse preferencia a lo primero. Es decir, a lo que sucede en el terreno de los hechos.
La posmodernidad intenta convencernos que todo (absolutamente todo), ya está predefinido. Y esta absurda fatalidad autoimpuesta, es la victoria más importante que tienen los poderosos.
Pero resulta que, frente a una narrativa de la dominación, surge la narrativa de la resistencia. Y a eso hay que apostar. Si bien es cierto que la realidad es abrumadora, la esperanza florece en los escenarios más oscuros. Y eso, es algo que en las películas de Trapero, se puede observar.
La realidad se ilumina hasta en aquello que se critica, porque lastima. Ya sea que estemos hablando de la dignidad de un desocupado, del absurdo policial, de la entereza de una madre que sobrevive al mundo carcelario, o de una médica que se dedica a salvar vidas en la guardia de un hospital. La humanidad es un muestrario de colores gastados, que brillan cuando parece que la noche todo lo arrastra.
Y el arte se enriquece cuando se atreve a intervenir en lo real y se atreve a soñar en lo que se propone transformar.
¿Qué es el principio de primacía de la realidad? Para el Derecho laboral, es un criterio protector que significa que, en caso de discordancia entre lo que ocurre en la práctica y lo que surge de los documentos o acuerdos, siempre debe darse preferencia a lo primero. Es decir, a lo que sucede en el terreno de los hechos.
La posmodernidad intenta convencernos que todo (absolutamente todo), ya está predefinido. Y esta absurda fatalidad autoimpuesta, es la victoria más importante que tienen los poderosos.
Pero resulta que, frente a una narrativa de la dominación, surge la narrativa de la resistencia. Y a eso hay que apostar. Si bien es cierto que la realidad es abrumadora, la esperanza florece en los escenarios más oscuros. Y eso, es algo que en las películas de Trapero, se puede observar.
La realidad se ilumina hasta en aquello que se critica, porque lastima. Ya sea que estemos hablando de la dignidad de un desocupado, del absurdo policial, de la entereza de una madre que sobrevive al mundo carcelario, o de una médica que se dedica a salvar vidas en la guardia de un hospital. La humanidad es un muestrario de colores gastados, que brillan cuando parece que la noche todo lo arrastra.
Y el arte se enriquece cuando se atreve a intervenir en lo real y se atreve a soñar en lo que se propone transformar.