
A propósito del vigésimo aniversario de Alta Suciedad, que consagró a Andrés Calamaro en su rol solista, nuestro cronista Dante Suárez entrevistó al prestigioso escritor Patricio Pron, un apasionado por la obra del Salmón.
¿Cómo
te parece que influye, al interior de la obra de Calamaro y particularmente de
Alta Suciedad, la idea de “País imaginario” a caballo entre Madrid y Buenos
Aires?
A lo largo de toda su obra,
pero yo diría que especialmente a partir de Nadie
sale vivo de aquí, Andrés ha ido contribuyendo a la creación de una
“república imaginaria” a caballo entre España y Argentina cuya característica
principal sería la “desautomatización” o el extrañamiento de las expresiones
habituales en ambos sitios. Al emplear términos de uso frecuente, frases hechas
y proverbiales, sacándolas de su contexto habitual de enunciación, Andrés ha
contribuido a la conformación de un lenguaje para su “república imaginaria” que
se caracteriza por la imposibilidad de comunicación, porque, ¿qué significan,
para un argentino, frases como “el tercio de los sueños”, “media verónica”,
tener “un Farias entre los dientes”? ¿Qué le dicen topónimos ambiguos como “Plaza
Real” o expresiones como “ser de la quinta”? Y a su vez, ¿qué significan, para
un español, frases como “no deber ni la hora”, “rellenar el agujero”, “asar la
manteca”? Alta Suciedad es la mejor
expresión de un método compositivo que hace del malentendido la forma principal
de comunicación entre los dos sitios de los que viene Andrés, que son, además,
los sitios de los que venimos o en los que habitamos muchas personas en este
momento, un poco movidos por los flujos de migración y otro poco por las catástrofes
económicas y políticas grandes o pequeñas de nuestros países; pero, al
conformar un lenguaje propio, con los cruces y los malentendidos inevitables (y
hay decenas de chistes sobre la comunicación no sólo lingüística entre
argentinos y españoles), Andrés nos ha hecho ciudadanos de su “república”
imaginaria: a veces pienso que, si en ella las palabras no funcionan para
comunicarnos, sí hay otras potencias que nos aproximan y permiten el diálogo, y
son las emociones que se derivan de la canción, de una cierta forma de
interpretarla, de las circunstancias en las que la escuchamos por primera vez,
de las personas que estaban a nuestro lado en ese momento, y así.
¿Cuáles
son las canciones de Alta Suciedad que más te gustan y por qué?
Mis favoritas son “Todo lo
demás”, “Flaca”, “Comida china”, “Crímenes perfectos” y “El novio del olvido”:
para todo ello hay razones personales e íntimas.
¿Qué
lugar te parece que ocupa Alta Suciedad en la obra de Calamaro?
Un lugar importante, desde
luego: a muchos, este disco les permitió entrar a la obra de Andrés; a otros,
en cambio, les hizo descubrir que era posible asaltar las radios con una música
no necesariamente pensada para el consumo masivo. Para quienes seguíamos el
trabajo de Andrés desde antes (en mi caso, aproximadamente, desde Nadie sale vivo de aquí, aunque, por
supuesto, las canciones de Los Abuelos de la Nada estaban tan presentes en mi
infancia y primera adolescencia que sólo años después supe que a muchas de
ellas las había compuesto él), Alta Suciedad
fue la ratificación de que lo que imaginábamos instinto y un don genial para la
improvisación seguía un método, como iban a poner de manifiesto, también, algo
más tarde, Honestidad brutal y sobre
todo El Salmón. Me parece que Alta Suciedad es un buen sitio desde el
cual volver la vista atrás a la producción anterior de Calamaro (con picos
altísimos que el propio Andrés debería revisitar algún día) y para ver cuánto
de todo lo que vendría después era anticipado en ese disco. A mí me interesa
sobre todo su producción más reciente (discos como El cantante, La lengua
popular, Bohemio y el Volumen 11,
además de ese momento tan singular de confluencia absoluta entre un músico y su
público y su historia que es El regreso), pero acepto el lugar central que ocupa
Alta Suciedad en un relato posible de
la vida y la obra de Calamaro, y lo celebro.
Hay
quienes sostienen que el fraseo de Calamaro, su tendencia a la rima
consonántica, peca de facilismo. ¿Qué opinas al respecto?
Bueno, casi todos los creadores
de música popular de alguna relevancia han sido acusados una u otra vez de
facilismo, lo cual supongo que hace tanto a la forma en que algunos conciben la
música (esto es, como una especie de carrera de obstáculos al final de la cual
sólo deberían llegar los “enterados) como a las tradiciones culturales
específicas en las que esa música se inscribe. La obra de Calamaro (como la de
buena parte de los músicos y compositores de los últimos cien años, desde, no
sé, Chuck Berry, Big Joe Turner, Charlie Parker, Atahualpa Yupanqui o Alfredo
Le Pera) parte de la dificultad inicial de tomar una forma musical popular, con
reglas específicas y generalmente destinada a un uso celebratorio, anecdótico
(esas melodías improvisadas en prostíbulos para facilitar el contacto entre la
prostituta y su cliente que sólo después serían bautizadas “tango”, las
improvisaciones llevadas a cabo en la inmensidad de la pampa con fines
religiosos, recreativos o informativos; o los cantos repetitivos destinados a
aliviar el esfuerzo físico de las tareas agrícolas o los trabajos forzosos que
los antropólogos musicales acabarían denominando “chain gang songs” o “field
hollers”), y convertirla en una obra de arte, orquestándola, dándole una
complejidad y un sentido que la diferencien de sus formas anónimas y más
populares pero no la aparten por completo del género al que pertenecen ni lo
distorsione. Quienquiera que haya intentado alguna vez innovar en una forma
simple sabe lo dificultoso que esto es, y las cunetas están llenas de músicos y
compositores que creyeron tocar el nervio de su tiempo pero en realidad no lo
hicieron en absoluto, o que sólo lo hicieron durante un período muy breve: ante
la deriva facilista de la obra última de Charly García, por ejemplo, nos queda
el ejemplo extraordinario del rigor y la calidad de la de Luis Alberto
Spinetta, pero también la permanencia de la de Calamaro, que es la banda sonora
de la vida de muchos de nosotros. Quizás la importancia de esa obra parezca
menor a tenor de sus imitadores, pero de eso deberían responder los imitadores,
no su inspirador.
(Por otra parte, y salvando las
obvias distancias, también fueron acusados de facilismo George Gershwin, Pablo
Picasso, Andy Warhol, Miles Davis y Bob Dylan, y sin embargo nuestra cultura
sería impensable sin ellos y sin su aporte.)
¿Qué
lugar te parece que ocupa Calamaro dentro de la tradición musical de la
argentina y del rock en español?
Andrés ata lazos algo extraños,
en el sentido de que, a diferencia de otros músicos interesados en la tradición,
la suya está compuesta de elementos muy dispares: músicos de candombe y Los
Redonditos de Ricota, Litto Nebbia y la cumbia, el rock stone y Steely Dan,
ciertas formas “bajas” del tango y el flamenco, la copla española y el reggae,
Moris y el jazz más sofisticado. Aunque no es poco habitual que los músicos
profesionales sean curiosos por naturaleza, es raro ver a un músico dispuesto a
exhibir las contradicciones de un gusto ecléctico de la forma en que lo hace
Andrés: ahí hay una
enseñanza para todos nosotros
(que deberíamos ser menos acomplejados y más libres), pero esa enseñanza
también se encuentra en el proyecto Deep
Camboya y en El Salmón: con todo
ello, Andrés parece decirnos que la música debería tener como finalidad el
enriquecimiento y el embellecimiento de nuestras vidas, no su fosilización en
posiciones inamovibles y gustos monolíticos.
¿Qué
virtud o virtudes te parece que tienen las canciones de Calamaro, y
particularmente las de Alta Suciedad, para llegar a calar tan hondo en el canon
musical popular de la argentina y otros países de habla hispana?
¿Quién sabe? Si yo lo supiese
estaría en este momento poniendo ese conocimiento a la venta y encargando el
champagne. Al margen de lo cual, sin embargo, me atrevo a decir que en la obra
de Andrés hay un rasgo que sólo puedo llamar “performático”, pero que es mucho
más simple que eso: con las “Grabaciones Encontradas”, con Deep Camboya o en discos como Alta
Suciedad, Andrés nos ha dado la oportunidad de asistir a la creación de una
obra de arte, algo a lo que muy pocas veces tenemos la oportunidad de asistir.
Al escucharlo, pie nso, lo que oímos es a un hombre, argentino, de mediana edad,
con una vida a medio camino entre Argentina y España, que ha vivido mucho,
haciéndose y deshaciéndose, equivocándose y acertando, cayendo y poniéndose de
pie todas las veces y contándolo con una rara forma de honestidad, de a ratos,
sí, “brutal”. Muy pocos músicos argentinos de la segunda mitad del siglo XX se
han guardado tan poco y han sido tan generosos a la hora de darnos el producto
de su trabajo y, con él, algunas lecciones vitales. Pienso que incluso la
persona menos afín a la obra de Calamaro reconocerá esto, y también creo que
todos deberíamos celebrar que esa obra no ha terminado todavía y está en desarrollo,
es una work in progress a cuya realización tenemos la suerte de poder asistir,
como espectadores. ¿Quién sabe qué recuerdos futuros, que experiencias de
paternidad, ruptura o enamoramiento van a estar asociadas, para nosotros, en el
futuro, con las canciones que Andrés Calamaro está componiendo en este momento
o con las que va a componer en el futuro? Pienso que somos privilegiados de ser
sus contemporáneos y de que se nos permita ser ciudadanos de su república.