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Reseña de La síntesis O`Konor, de El Mató

La banda platense El Mató a un policía motorizado, liderada por Santiago Barrionuevo, hizo el mejor disco de 2017. Rucho Dip y Lucas Bauzá lo analizan. 

Lanzado en junio de este año, La síntesis O´Konor, tercer LP de la banda platense, fue la sofisticada respuesta a las incógnitas sobre el camino a seguir que surgieron luego de La Dinastía Scorpio (2012), disco que había mostrado una decisiva evolución tanto en la calidad del sonido, más limpio y directo, como en la lírica de Santiago Motorizado, definitivamente instalado junto a Fabián Casas en la Máquina de Metabolizar Zeitgeist.
 Si en la trilogía compuesta por Navidad de Reserva (2005), Un millón de euros (2006) y Día de los muertos (2008), que salen de memoria como las delanteras de antaño, el grupo había mostrado qué tan lejos se podía llegar siendo fieles a una idea antagónica a los señores de traje; y en La Dinastía Scorpio confirmaron con una salva festiva de hits que la promesa era realidad, a la par que se descubría que en el cuaderno de Santi habitan los sueños y los miedos de toda una generación, la nuestra; La Síntesis O´Konor es, como el tema homónimo que da título al disco, simplemente eso: una síntesis de las etapas anteriores y de lo que vendrá. Mantiene el espíritu independiente, profundiza en la pureza que da la técnica del estudio, y demuestra lo que se consigue con prepotencia de trabajo (“Antes pensábamos Esta canción está buena, démosle la forma, lo básico, no agreguemos más nada porque ya está bien así. Nos gustaba esa crudeza y ese minimalismo. Esta vez dijimos No, empecemos a darle vueltas, agregarle puentes, detalles. Empezamos a encarar el disco hace dos años. Grabábamos, escuchábamos, volvíamos a grabar, cambiábamos las cosas”).
 El resultado es tan demoledor como consagratorio: El Mató a un Policía Motorizado, el secreto peor guardado del rock argentino, es la mejor banda del presente, y tal como deja entrever el épico mantra final del disco, “Ahora soy mejor”, tienen al futuro agarrado de las solapas: ya alcanzaron la difusión radial a escala masiva y un estadio los está esperando a la vuelta de la esquina. 

La suma de las partes
 Grabado en los estudios Sonic Ranch, de Texas, en La síntesis O´Konor se decidió apostar por una distribución más equitativa de los roles de cada instrumento: las guitarras de Manu y Gusti retroceden un paso, los teclados de Chatrán se consolidan como un alfil imprescindible, aparecen detalles de marimbas y maracas –convidados de miel–, a los golpes de Willy los acompaña la prolija percusión de Lucas Rosetto y, claro, los sintetizadores, omnipresentes a lo largo del disco, hipnotizantes, reverberantes fundamentos de por qué “El tesoro”, “Las luces” y “Fuego” son las grandes pistas de este LP.

El disco de las luces que estalla
 La síntesis abre con el corte “El tesoro”, una suave pista repleta de detalles y arreglos que lo alejan de la indeleble distorsión motorizada. La diáfana melancolía del narrador, venido a menos, señala el camino a seguir y nos regala un eslogan generacional, “Es la depresión sin épica”, y un estribillo que conmueve y se proyecta a otros rincones de la obra.
 La cadencia de “El tesoro” se corta de cuajo con la potencia de las guitarras y los gritos de Santiago. La aceleración del tempo es acompañada por la enumeración de paranoias de un solitario (que le sigue hablando a alguien que no lo escucha) con aires pendencieros como pocas veces mostró la lírica motorizada.
 “La noche eterna” reestablece la calma, el optimismo y el reencuentro con el mundo. Acá los instrumentos apenas acompañan y se turnan en el detalle, porque lo que se impone es la voz pura y perezosa de Santiago, que narra una mitológica noche de reconstrucción existencial.
 “Alguien que lo merece”, balada que cuenta una historia de amor remendado, es un pozo en el cual hay que caer obligadamente para que el tema siguiente cobre su verdadera dimensión.
 En “Las luces”, El Mató por fin despliega velas en guitarras y batería, sin esconder el sintetizador, mientras el protagonista cuenta un evento ocurrido en la nada con tanto hermetismo que asusta; fundiéndose así lo viejo y lo nuevo hasta tornarse insondable y maravilloso, es decir inexplicable. Una joya apocalíptica, romántica y épica, en el orden que se prefiera.
 “La síntesis O´Konor”, tema instrumental que dio nombre al disco (como un homenaje a Pet Sounds de los Beach Boys), cierra un ciclo e inaugura la segunda parte. Compuesto por Niño Elefante, es la última frontera antes de la caja de Pandora final, donde conviven lo remoto y minimalista, hits radiales, ciertos destellos electrónicos, el dolor de una ausencia irremediable,  la fiesta de a muchos.
 “Destrucción”, pop que da ganas de largarlo todo y ponerse a bailar, tiene un estribillo pegadizo, guitarras tan elegantes como intermitentes, un narrador de buen ánimo a pesar de la derrota y mucho, pero mucho espíritu lúdico.
 Con apenas seis palabras encerradas en una interrogativa, “¿Por qué tuviste que decirme eso?”, y encapsuladas entre “Destrucción” y “El mundo extraño”, “Excálibur” lleva a pensar en las ideas de Dolina acerca de la tristeza, cuando en el medio de una alegría “(...) necesitamos ver un gesto sombrío y fraternal en el amigo que marcha a nuestro lado. Es el gesto que significa Atención, muchachos, que no me he olvidado de nada”. Excálibur, entonces, es el gesto sombrío que le guiña un ojo, entre acordes, pequeños arreglos y susurros, a la tristeza de los primeros temas; Excálibur, una pequeña y remota reliquia en el medio de un vendaval que ya no se detendrá.
 “El mundo extraño” abre con un riff cautivador y un protagonista desorientado, a contramano de los demás pero en la dirección correcta, cuya historia se termina robando el tema. A diferencia de otros temas, en las cuales los protagonistas le hablan a un “vos” inalcanzable y lejano, esta vez hay paridad y cierto espíritu ganador, y al que escucha no le queda más que subirse a la cresta de la ola y rugir extasiado junto a Santiago Motorizado “Quiero estar con vos / que me quieras así”.
 El cierre del disco está a cargo de Santiago Barrionuevo. Sus compañeros de ruta a lo largo del camino, sus amigos, lo secundan con excelencia en un clima electrónico y majestuoso. A pesar de que la doxa se ha encargado de señalar que “Fuego” es una canción romántica, queda la duda; cuando grita “¡Ey! ¡Te fuiste y dónde estás!”, en el perdón, o en el amargo consuelo de ser mejor cuando ya no importa, repetido nueve veces, Santiago suena desgarrado como nunca antes. Santiago jura a los gritos.
 Sea a un amor o a otra persona que está ausente, Santiago Barrionuevo mostró su alma, prendió fuego el disco y salió a tocarlo con su banda para que todo siga más o menos bien.