Ese frío domingo, mamá ultimaba detalles para el regreso a clases tras las vacaciones de invierno. Nosotros éramos tantos hermanos que a veces teníamos la sensación de que ella se olvidaba de algunos durante semanas, o incluso meses. Yo era El Nadie desde hacía tiempo, años quizás, pero cuando nos pidió que le mostráramos los cuadernos de comunicados volví al no siempre aconsejable centro de la escena. -Todavía no faltaste ni una sola vez, Nadie. -No, má –respondí, desde las sombras del anonimato, mientras jugaba a las bolitas con El Nada. De quince hermanos Sandoval que éramos, solamente tres competían siempre por los premios de fin de año de la escuela, una de las razones de la existencia de mamá: Camila, la mayor y chica 10, era su candidata de fierro, su mayor orgullo, la bandera a la victoria; Laura, que era trotskista y cada tanto ganaba el de Mejor Compañera ; y Julito, que en el primer trimestre la iba de otario por orden materna para adjudicarse, en ...