Una reseña de Cárcel de mujeres, novela editada originalmente en 1933, que la colección Los Raros rescató en 2012. Candidata a la Presidencia por el Partido Obrero en 1928, presa por reclamar por mejores sueldos, autodefinida "comunista y maestra", Angélica Mendoza retrató el universo carcelario femenino, y se detuvo allí donde la opresión -como la moral - es doble: en las mujeres que ejercen la prostitución.
La ficcionalización de espacios como las penitenciarías
están de moda, lo vemos en plataformas multimediales como Netflix, en series
televisivas, en el cine. La cárcel tiene una fascinación porque en estas
historias se retrata y se recrea un ambiente cerrado, críptico, un tabú. Los
secretos se mantienen tras paredes, muros, rejas y en consecuencia una
microsociedad crece y se desarrolla en ella. Estos nuevos contenidos no son tan
nuevos. Cárcel de mujeres es un
ejemplo de ello, una novela narrada por una presidiaria, una presa política,
una maestra comunista, una atea. Angélica Mendoza no fue ni sumisa ni devota.
Angélica nació el 22 de noviembre de 1889 en Mendoza, fue
una docente comunista o también podríamos decir “comunista y maestra”, como
ella misma se presenta al comienzo del relato. Su labor partidaria la llevó a
sufrir los lastimosos días en la cárcel de mujeres El Asilo del Buen Pastor.
Ejerció como gremialista durante las primeras décadas del siglo XX.
También participó y dirigió periódicos y revistas partidarias del comunismo,
entre ellas “Chispa”. Un dato totalmente relevante en su vida, y en la vida
social y política de nuestra sociedad, es que fue candidata a la Presidencia de
la República en 1928 por el Partido Comunista Obrero. Luego de algunas
diferencias con el partido se distanció para abocarse al estudio. En 1929 ingresó
a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires para
estudiar Filosofía, y en 1940 terminó su carrera de pedagogía en el Instituto
de Ciencias de la Educación. A pesar de las diferencias ideológicas, escribió
en la Revista Sur debido a su amistad
con Victoria Ocampo. También vivió varios años en Estados Unidos, donde se
doctoró con una beca de Columbia University; allí se incorporó al núcleo de los
estudios hispanoamericanos. Su trabajo intelectual siempre estuvo ligado a la
política, no tan partidaria como en su juventud, pero dedicada a la
implementación y gestión de políticas pedagógicas en favor de los más
desamparados y de las mujeres.
Cárcel de mujeres es una novela, una
crónica novelada, un relato testimonial, casi un diario, un estudio
antropológico. Es un libro que pertenece a la colección Los Raros de la Biblioteca Nacional, editado en Buenos Aires en
2012 bajo la dirección de Horacio González, con un estudio preliminar
profundísimo de Luz Azcona. Este “raro” ejemplar vio por primera vez la
imprenta en 1933. Su autora, luego ligada a los escritos más filosóficos y
sociológicos, nos interpeló con un ejemplar literario cuya voz narradora es la
de ella misma. Una narradora que cuenta sus días en la Cárcel de mujeres Asilo
del Buen Pastor (Correccional de mujeres que funcionó desde 1890 hasta 1974 en
San Telmo). La protagonista llega allí luego de ser apresada en una
manifestación donde protestaba por el pago de los salarios.
Su llegada al asilo, como consecuencia de su militancia
comunista, pone de manifiesto una voz narradora que se presenta así: “Orden
Político me envía. Soy comunista y maestra”. Este régimen opresivo comandado
por Leopoldo Lugones (h) sistematizó la caza de opositores políticos como los
comunistas o anarquistas y puso en práctica la utilización de picana eléctrica
promovida por este hijo de… Lugones. Las mujeres llevadas al Asilo del Buen Pastor
eran reclusas del PO, la población se constituía por estas presas políticas,
por las mendigas, las ladronas y mecheras y por las prostitutas. Y es en este
último sector social en el cual Angélica Mendoza se detiene. Describe la
porción social más discriminada, negada: las prostitutas. Ellas son la
representación práctica de la moral burguesa. Son el sector doblemente
oprimido: son pobres y son mujeres. Su trabajo de explotación del cuerpo
expresa el más profundo sentido del capitalismo: la propiedad privada. Es
propietario quien paga, quien tiene el dinero, pero sobre todo es propietario
el hombre. “Ella da el goce, el hombre el dinero. Existe en esta situación una
correlación de valores que están condicionados por la ética capitalista” leemos
promediando la novela.
Según Mendoza, estas mujeres no pueden ser parte de la
revolución, no porque sean un sector oprimido, sino porque su opresión no la
ejerce solamente la mano machista y capitalista, sino también ellas mismas: su
moral es la doble moral burguesa, la misma que la de sus opresores. Por tal
motivo no pueden rebelarse: “En la lucha social son pues tan negativas como
cualquier mujer burguesa; son burguesas por su mentalidad y lumpen proletarias
por su condición social. No conciben una sociedad distinta. No se creen
explotadas ni víctimas del régimen, porque si lo entendieran así dejarían de
ser prostitutas o ladronas”. Estas mujeres están inmersas en un engranaje de
moral egoísta en el cual un opresor (el inmediato a ellas es su cafisho, su
“marido” le dicen) saca provecho de ellas por su trabajo de explotación del
cuerpo. Entre ellas existen, incluso, distintos rangos según el monto que
cobren, ya que su superioridad se basa en la premisa de la burguesía: “lo que
tienes es lo que vales”; las prostitutas son las que menos tienen, por tal
valen poco y de esa manera se las trata en el Asilo. Mendoza retrata a estas
mujeres describiéndolas en sus acciones, sus vestimentas y hasta en su
vocabulario y tono de voz. La autora, enmarcada en una corriente de feminismo
marxista, destaca esta opresión que soportan las mujeres por la desigualdad
económica y sufren, desde su mentalidad burguesa, la confusión política y las
relaciones sociales dañosas.
Angélica
Mendoza nos habla, nos interpela en el 2018 desde dos aristas: la del feminismo
y la de conciencia de clase. De un lado encontramos la voz femenina que lucha
por sus derechos, que lucha por mejores condiciones laborales, que lucha por un
salario justo, por la autonomía de los cuerpos… hoy: la denominada marea verde.
Por el otro lado, la voz que objeta al capitalismo y lo provoca poniendo el
cuerpo, ya que por tal razón se encuentra presa. La voz de la conciencia de clase es la que
nos habla de las prostitutas de principios del siglo XX para transformarlas en los prostitutos del
poder del siglo XIX, aquellos que dan el goce al que paga. Aquellos que, siendo
de la clase proletaria, se piensan desde una condición burguesa. Alienados
frente a un monopolio de formadores de opinión, absorben un influjo que los
hace pensarse fuera de una condición de trabajador (“a mí nadie me dio nada,
todo me lo gané trabajando”), sin darse cuenta de que el sistema económico no
funciona de manera personalizada, individualizada, sino desde políticas
implementadas (o no) por el Estado.
Si bien Angélica Mendoza escribió esta ficcionalización de
su propia experiencia en la cárcel en la década del ´30 como presa política,
hoy no estamos ajenos a estas prácticas. Desde enero del 2016 está presa en esa
misma condición Milagro Sala, Parlamentaria del Mercosur. La década infame de
Uriburu, de Justo, de Lugones, se circunvala en el 2018 con el atropello de los
derechos de los opositores políticos, con la negación de implementación de
leyes pedidas por la sociedad, con la negación de los derechos de las mujeres.
Una nueva era infame.
Se hace imprescindible leer a Mendoza para reconocer en ella
la historia de las luchas de distintas mujeres y heroínas que participaron en
la formación de una sociedad más justa para nosotras.